Soy una solterona

El día que cumplí 21 años mi abuela me dijo “Yo a tu edad ya estaba casada y con dos niñas”. Pero no lo dijo con tono de reproche o critica, al contrario, es la única cuyo comentario demostraba un tono de cariño, de admiración hacia el progreso. De la forma en que me lo dijo, de la forma en que se quedó mirándome con una ligera sonrisa nostálgica, supe que esa frase significaba que se alegraba de que yo no haya tenido su vida. No porque no quiera a su familia, aunque de sobra sabemos que le hubiese encantando tener acceso a métodos anticonceptivos, si no porque yo he tenido los medios para elegir una vida que ella no tuvo opción. He podido estudiar, aunque ella fue de las pocas afortunadas que pudo estudiar hasta los 14 años; puedo elegir si estar o no con un hombre, incluso con una mujer;  no estoy supeditada al control de mi padre, de mi suegro, de mi marido; tengo medios para controlar la natalidad, puedo incluso vivir sola. Mi abuela, la vieja “atrasada”, es la única mujer que ve en mi vida, el regalo maravilloso y por desgracia todavía exclusivo, de la libertad. La libertad de vivir a otro ritmo, de disfrutar de tantas cosas como me sea posible y de elegir, y remarco: elegir formar mi propia familia como desee.



Mi abuela no fue la última ni la primera en comentarme mi situación civil, por lo visto si no me lo dicen yo no me doy cuenta o algo. Pero a partir de los 21, edad también en la que me fui de casa de mis padres a estudiar fuera, las observaciones ajenas se fueron multiplicando y aumentando su crueldad, de forma inconsciente creo y espero. Prácticamente cada vez que mis tías, mi madre o mis primos (de ambos sexos) me veían o hablaban conmigo me soltaban alguna rancia premonición tipo “Te vas a quedar para vestir santos.” “Yo a tu edad…” “Esta se va a quedar solterona rodeada de gatos.” “Se te está pasando el arroz.” Todo de broma, como siempre. Cuando mi madre, por poner uno de tantos ejemplos, me acompañó a urgencias emocionada de ver tan jóvenes a los doctores, insistió, de broma como siempre, en que aprovechase a echarme novio. Mis tías no pierden oportunidad tampoco. Sé a ciencia cierta de varias veces que sin estar yo la conversación familiar ha girado en torno a buscarme marido y preparar la boda, de broma, como siempre. Y otros típicos tópicos que asombrosamente siguen siendo tan actuales como la vida misma.

“Que no te afecte la opinión de los demás” diréis, porque es lo que todos decimos. Pero estaríamos ciegos si creyésemos que verdaderamente se puede vivir al margen de la opinión ajena. Somos seres sociales que vivimos en comunidades que crean sus normas sociales, morales…y su normalidad a través de la conjunción de las opiniones generalizadas. Todo lo que hacemos, decimos y pensamos responde a esas reglas no escritas. Y no es malo, es lo que nos permite entendernos y relacionarnos con facilidad, tampoco son normas estáticas, evolucionan a la vez que lo hace la opinión de la mayoría, o de la no-mayoría influyente. Obviamente, tenemos cierto margen de movimiento, de originalidad, dentro de ese marco flexible. Pero seríamos hipócritas o irreales si afirmamos que ciertamente la opinión de los demás no importa. En este caso importa sobre todo, porque demuestra el paupérrimo nivel de desarrollo que hemos alcanzado hasta ahora en este campo. Pero antes de adelantar las conclusiones generalistas a las que me lleva toda esta situación, permitidme que siga contándoos mi experiencia.

¿Cómo me afectan a mí en concreto, estos repetitivos comentarios? Pues bien, mi estado civil no me afecta en absoluto, más allá del tema práctico de compartir gastos, obligaciones, preocupaciones; tener una cobertura económica, social y emocional. Declaro públicamente y a los cuatro vientos, que jamás he tenido una paz interior tan perfecta, jamás he estado tan a gusto conmigo y con el mundo como cuando he vivido conmigo misma. En inglés se podría decir “I live alone” o “I live on my own” el resultado es el mismo: vive una persona sin compañía, pero hay, o yo veo, unas claras connotaciones que por desgracia en España aún no diferenciamos. Una cosa es vivir en soledad, que es lo que entendemos cuando una mujer (no un hombre) vive sin compañía o no tiene pareja; y otra cosa es vivir sin compañía ni soledad, que es la connotación que se aplica cuando un hombre está soltero (jamás solterón), o vive solo. Bueno pues yo amo vivir sola, y sola no significa ni triste ni en soledad, sino conmigo misma. Con esto quiero decir que al escucharme cómo me siento con mi soltería, me siento bien, de vicio. No digo que sea el mejor estado, ni condeno a quien tenga pareja, ni niego que es posible que si encuentro pareja sea la persona más feliz, ñoña y enamorada del mundo. No niego nada de eso, solo afirmo rotundamente y con total seguridad que en mi soltería actual soy feliz, estoy, como todas las personas desde que nacen hasta que mueren, plenamente completa.

Pero cuando a mi “voz interior” se unen las críticas y comentarios machacantes de los demás, la cosa cambia. Me afecta, me afecta mucho, como a todas las amigas que sufren una situación similar. Nos entra angustia, el tiempo se nos echa encima, de repente nos vemos rodeadas de soledad, desamparadas, estamos fallando a lo que los demás esperan de nostras, y a nostras mismas, incluso a nuestra naturaleza, porque efectivamente se nos está pasando el arroz. ¿Estaremos defectuosas? ¿Por qué no conseguimos lo que todas las chicas de mi colegio hace años tienen? (La prematura reproducción del 80% de las chicas de mi barrio es un tema a estudiar). Sentimos que fracasamos, que debemos mantenernos jóvenes, guapas, exitosas, fuertes y luchadoras pero a la vez ser novias, madres… hasta en los contratos laborales te piden que tengas menos de 35 años, porque luego ya no vales. Sentimos la presión que siempre ha tenido la mujer de ser “buena ama de su casa” unida a la nueva presión de ser “fuertes, exitosas e independientes”. No son conceptos contrarios, ambos son metas maravillosas tanto para las mujeres como para los hombres, pero las sentimos como tortuosas losas. Sí, nos provocáis, a mí y a mis amigas noches llorando, porque nos sentimos mal por estar solteras. Porque da igual lo magnificas personas que seamos y en cuantísimos campos destaquemos, estamos solteras. La realidad es que por mucho que me guste a mí misma, no soporto tantísima presión. Y no penséis que dicen estas cosas sin saber cómo nos afecta, lo saben, se lo hemos dicho muchas veces, han visto el malestar que nos provocan, incluso una vez me puse a llorar como una desquiciada en mitad de la playa porque a mi edad, no tenía ni casa, ni marido, y no paran de exigírmelos. Aún así, insisten, y a mis amigas también, en hacer este tipo de comentarios degradantes y, por desgracia, aún no anticuados.

Charlando con una compañera de trabajo me dijo “Mi hermana la soltera….” ¿la soltera? Me di cuenta de que nunca he oído decir eso de un hombre, a no ser que la conversación gire en torno a intenciones romantico-sexuales para con él, en cuyo caso su soltería es un dato importante. Por desgracia el estado civil, incluso la vida sexual de una mujer, la sigue definiendo, por encima de todo lo demás, es el dato importante. Otro día oí comentar a un conocido de mis padres cómo andaban sus hijos: su hijo cambia de novia cada tres años y su hija ahora se casa, lo llamativo fue que añadió “mi hija se casa, y eso que todos veíamos que se iba a quedar… en fin.” No voy a levantarme en armas indignada, solo quiero hacer ver lo triste que son estos comentarios. Se iba a quedar... ¿qué? ¿Incompleta?¿amargada?. No usamos del mismo modo ni con el mismo significado la soltería en las mujeres que en los hombres. Tampoco les beneficia a ellos, porque como todos sabemos un hombre puede ser soltero pero tiene que tener una vida sexual temprana y activa, si no... Presión que poco a poco también se nos mete a las mujeres, forma desastrosa de conseguir la igualdad. “Fijo que Fulanito es virgen” como si algo así pueda afectar en la personalidad (y si afecta es porque tiene una enfermedad o experiencias traumáticas, lo que hace que el comentario sea aún más detestable). Me parece realmente medieval que se sigan teniendo este tipo de presiones.

Decimos: que cada uno haga con su cuerpo lo que le haga feliz pero… ¿Cómo vas a seguir virgen a los cuarenta? o los típicos “mal follada/o” “esta amargado/a porque le falta sexo” (he suavizado la frase). Eso, hipócritas contemporáneos míos, no es dejar libertad. Que algo te de igual, que no presiones a la gente, que se trate con igualdad a las personas es, por poner un sencillo símil, tratarlas como lo hacemos con los morenos y los castaños. ¿Alguien persigue a un moreno preguntándole si se va a hacer castaño antes de que se quede calvo? ¿Alguien los trata de diferente forma? ¿Acaso alguien piensa que afecta en algo el color del pelo a su vida o personalidad? Es absurdo, pues igual de absurdo es que sigamos dándole esa importancia a la vida sexual y al estado sentimental de la gente. Absurdo. Patético. Y no tenemos ninguna intención de avanzar, porque como digo, en vez de liberarnos poco a poco, lo que hacemos es igualar las presiones de ambos sexos, condenándonos cada vez más. Luego está la gente/publicistas que intentan ser amables y te dicen con su mejor intención “tranquila, todo llega”. ¿Tranquila? No sabía que mi vida, con la que estoy feliz, fuese un motivo para estar intranquila, tampoco que deba esperar a que algo llegue. Ínsito, si me enamoro y me aman y me caso y tengo quince hijos y me hace feliz a mí y a mi creada familia, fantástico, pero será algo libre y yo quiero que me amen libremente también, no por presión social, no por estar tranquilos, no por evitar quedarse solo, sino por mí. Que me quieran, no que me necesiten. Y no ahondaré en el terrible papel que juega día a día la gente joven en todo esto, pero sí que voy a relatar mis experiencias.

Como he dicho mis primas y primos también comentan cruelmente el fatal futuro y triste presente que “sufro” por mi soltería. Y recalco primas y primos, porque es curioso que sin embargo, nunca he recibido un comentario similar por parte de hombres maduros, ni mis tíos, ni mi abuelo, ni amigos, ni compañeros. Tienen muchos otros defectos pero si piensan estas cosas, al menos tiene la delicadeza de callárselas. El comentario más espectacular que me han hecho en estos años fue una tarde, discutiendo mis primos sobre cómo arreglarme la vida, mi prima dijo literalmente, que no se me ocurriera ser madre soltera, que sería una vergüenza. No haré más comentarios, dejaré un que solemne silencio haga resonar esas palabras. Mi prima y mis primos son de los que siguen diciendo que “las niñas se visten/bailan para provocar” “más tonta es ella que se deja” condenan dulcemente a las que van solas (pueden ir veinte chicas pero si no hay un hombre van solas) por sitios públicos a ciertas horas, son de los que educan a sus hijos para “tirarse a todas las que se dejen” (debo aclarar que dejarse no es lo mismo que consentir y querer consciente, voluntaria y libremente) y a sus hijas para no acercarse a los chicos y ser “decentes”. Quiero creer que nadie que diga estas cosas las analiza como para ver lo horribles que son, y si se oyen, intentan justificarlas de mil formas. Pero no, no son justificables, son espantosas y perpetúan en nuestros hijos e hijas una realidad terrible: la cultura del abuso, del miedo, y por ende (aunque esta parte se olvida), la desprotección de los hombres, que por desgracia también son víctimas y tienen el mismo derecho que nosotras a ser reconocidos y ayudados en sus sufrimientos, y a no ser tampoco abusones por educación. A mis tías y a mi madre, nunca las oí decir barbaridades semejantes, ni a mi abuela, y si alguna vez lo han dicho, rápido las he cortado argumentando lo terrible que es, y me han entendido, y se han corregido. Mis primos, no. Dan por supuesto que como son la juventud son modernos y están avanzados, pero no. Y tengo miedo de que mi prima pequeña, su hija, acabe con algún hombre con el que no quiera estar por no ser solterona. Y tengo miedo de que mi primo pequeño, su hijo, que es adorable y se lleva genial con las niñas, acabe creyendo que se las tiene que tirar a todas de cualquier forma, que no pueda tener las amistades, la libertad y la bondad que aún tiene.

Por último, pero creo que lo más importante, quiero contaros cómo todo esto se refleja en mi grupo de amigas. Algunas, no todas, en particular de las que menos cabría esperar un comportamiento semejante. No son las modositas las que piensan o hablan así, no son las normalitas, ni si quiera las niñas bien, independientemente de que estén solteras o con novio. Las amigas de las que os quiero hablar, y las únicas que me repiten todas y cada una de las veces lo terrible que es mi situación sentimental, son las modernas. Sí, da la casualidad de que son las que se tiñen el pelo de colores, las que se rapan, las que visten de ochenteras, de perroflautas o de chicos, las que no se depilan, las que gritan ser lesbianas, bisexuales o no, las que van de fiesta a centros culturales okupas, las que estudian antropología, las que dicen ser feministas y se creen a la cabeza de la lucha por la igualdad. Esas, en mi caso concreto, son las que me han llamado solterona con todas las letras, las que me preguntan cada día si ya me he encontrado un maromo y las que me avisan que se me está pasando el arroz. Y lo peor no es eso, es que ellas van un paso más allá justificando mi preocupante “soledad”. Sus razones, consensuadas todas ellas por el grupo, son: que estoy super-acomplejada de mí misma, que estoy esperando al inexistente príncipe azul, que soy una lesbiana reprimida, que dejo pasar las oportunidades que se me presentan (se ve que, que alguien te tire los trastos es obligación para que aceptes), que soy una antigua… en cuanto a vivir sola son frecuentes los comentarios “¡Una mujer sola! puf, yo no me atrevería”, o las teorías de que vivo sola para ser monja o por el contrario para tener una promiscua y desenfrenada vida sexual. Estas chicas, que repiten insignias tipo “las mujeres no necesitamos a un hombre en nuestra vida” “primero hay que sentirse bien con una misma “”casarse es una tontería, un método de represión”, son las mismas que en el día a día me juzgan tan cruel y retrógradamente, son las mismas que son incapaces de estar solas. Son incapaces; siempre tienen un novio/a u otro/a o rollos o lo que sea, incluso para ir a por el pan tienen que ir al menos con otra amiga, sino no salen de casa. ¿eso es una mujer, una persona libre, fuerte, feliz y autónoma? No. Eso es tener un grave problema y cargarlo contra el que no lo tiene. Lo siento, yo me quiero, me gusto, aunque mejoraría muchas cosas de mí, pero creo sinceramente que si a ellas les parece tan grave mi “problema”, como con todo tipo de ataques similares, es probable que el que tenga un verdadero complejo sea el que ataca, no el atacado. Me gusto tanto que puedo estar con migo misma, sin compañía durante días, ojala todo el mundo se sienta así. Ojalá hubiese menos “emponderadas machistas” y más, que las hay, de las de verdad, de las personas que ven ésta loca realidad y la cambian, mejorando el futuro de las mujeres y de los hombres, cuyo papel, ya he mencionado, no es nada envidiable tampoco.

Me contó una vez una de mis tías mayores, que ahora tiene 65 años, los comentarios que hacían de ella por irse a vivir sola cuando era joven, y eso que ya estaba avanzada la cosa. Fue dramático oír que son exactamente los mismos que me siguen haciendo a mí, aunque ciertamente con menos rechazo social.

Con el tiempo me he dado cuenta de que las mujeres tenemos históricamente mucho más poder para transmitir la cultura que los hombres. Me estoy percatando de que los machismos y otros venenos culturales que corroen nuestra sociedad, se refuerzan sobre todo por las mujeres. Porque si un tío te dice: “eres una guarra por vestir así” Le mandas a tomar por culo; pero si te lo repiten tus amigas, tu familia, les haces caso, porque están en tu mismo bando, no te lo dicen por insultar sino porque es la verdad. Por tanto somos nosotras las que tenemos que cambiar, reeducarnos a nosotras mismas y reeducar a las demás. Esto no exime a los hombres de responsabilidad. Todos somos personas con la misma oportunidad de ser críticos y de mejorar. Hombres, hombres buenos, que sois muchos, sed críticos. Si tu madre te dice que te tires “a las que se dejen” piensa en qué significa esto, y si realmente es lo correcto, porque no lo es. Reeducate, desoye las malas enseñanzas aunque vengan de las propias mujeres. Y utiliza esa misma presión social que usáis para hacer sentir pardillo a tus colegas si no ligan lo suficiente o no han visto la serie de moda, para reeducarlos. Hagamos de esa arma nuestra fuerza, que la gente sienta presión por ser buenos consigo mismos y con los demás, y sienta vergüenza y pena si no lo son.

Me dijo una vez un amigo, al comentarle en un momento esta presión: “Tiene fácil solución, lígate al primero que pase.” Cada vez que me agobio, recuerdo esto y me imagino teniendo la vida que tienen muchas chicas de mi barrio, quedándome con alguno de los chicos que he conocido, muy majos muchos pero a los que no soportaría como pareja. No sería feliz, sería horrible, me sentiría tan incomprendida, tan infeliz y le haría infeliz, a él y a nuestros hijos y a todo el que me cruzase en la pescadería.

Sí, es difícil soportar la presión social, es aún más difícil ver el mundo en el que vivimos y la poca esperanza de mejoría, pero mientras pueda, mientras tenga un mínimo de libertad, de fuerza, de valor, de amor propio, seguiré haciendo lo que crea mejor para mí y para los que me rodean, aunque no sea lo que esperan o lo que está de moda. Y ojalá tengan razón en todo lo feo que me dicen, porque las personas que han sido menospreciadas a lo largo de la historia son las que han cambiado el mundo, las que han conseguido que pueda tener la vida maravillosa que tengo y que mi abuela no tuvo oportunidad o valor de tener.


Tengo 26 años y desde los 21, según dicen, soy una solterona.

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