Desde el momento en el que llegué a otra
ciudad aún dentro de mi país me sentí inmigrante. No eres un turista, ni un
visitante, tampoco mi relación con mi tierra era tan frecuente como para ser
simplemente un estudiante. Me sentía un inmigrante.
Un día echaron en la tele una película,
cine alternativo sin doblar, una recopilación de cortos sobre la diáspora china.
Fue una de esas cosas que pasan en el momento y lugar exactos, que te hacen
click en el cerebro, que te marcan sin ser tan importantes. Todas y cada una de
las frases que cerraban cada corto, todos los sentimientos encerrados en esos
pequeños ojitos de los actores, todos los entendía. ¿Cómo puede ser que
entienda, que me sienta identificada con inmigrantes chinos? ¿Cómo pueden poner
en orden y con palabras el extraño sentimiento que me define desde que me fui?
Nuestras situaciones no tienen nada que ver, yo me fui para estudiar, con todo
pagado, con unas facilidades increíbles, con lo bien que me lo he pasado, con
lo mucho que he amado. Pero se ve que aún así soy un inmigrante. Aunque la
inmensa mayoría de mis compañeras de residencia no lo fueron, no lo son. ¿Por
qué? Tal vez porque iban más a menudo a casa, o porque no se integraron tanto,
o porque no perdieron nada de donde venían, o tal vez por nada de eso. No lo sé,
no puedo deciros porqué.
Gracias a ser inmigrante en mi propio país,
gracias a aprender a llevar estos sentimientos, a madurar de una forma
ligeramente diferente que otros, me sentí con fuerzas y ganas para descubrir
qué hay más allá del mar. Porque si he amado con locura cosas que no sabía ni
que existían estando tan cerca ¿qué puedo amar si miro un poco más allá? ¿Qué
esconde el horizonte? ¿Quién voy a ser si lo descubro?
Obviamente salir de tu país es más
complicado. Tus derechos son escasos y tienes que ganártelos y demostrarlos. Desconoces la ley, nada de lo que has aprendido vale ahora. No
entiendes las miradas y los gestos igual que en tu cultura, no tienes muy claro
qué es educado, qué es de verdad o no, por no hablar del idioma. Nunca me lo había
planteado, en parte porque los emigrantes que he conocido manejan el castellano
mejor que muchos españoles. Pero yo no tengo esa facilidad, de hecho creo que
la mayoría de las cosas que nos enseñan se las inventan, porque no funcionan en
la vida real. Estoy absolutamente convencida de que perdemos la capacidad para
reconocer e imitar sonidos siendo niños. El castellano es muy fácil en el plano
fonético, pero el inglés, como muchos otros idiomas, tiene muchísimos más
sonidos, y sobre todo las vocales son terriblemente difíciles de diferenciar e
imitar. Mi lengua no sabe hacer esos movimientos. Pero son esenciales, es la
diferencia entre decir playa o puta, pájaro u oso. Es la diferencia entre hacer
ruido y hablar, aunque sea mal.
Este problema es previsible pero lo que jamás
me había imaginado es el alcance que tiene, y dudo mucho que aún explicándolo de
forma magistral se entendiese en profundidad.
Cuando llegas a un lugar donde nadie sabe
ni tu nombre, no eres nadie. Es la libertad plena. Puedes ser quien tú quieras,
contar y callar lo que te apetezca, no tienes etiquetas ni pasado, te van a
juzgar solo por lo que hagas a partir de ahora, vas a escribir tu personalidad
desde cero. Pero cuando no puedes hablar, te quedas siendo nadie.
Tengo un C1 en inglés y es increíblemente
mejor que el de muchos españoles, me las arreglo sola en las tiendas, en el
trabajo, en el banco y hasta con la policía, pero no es suficiente ni de lejos
para ser yo. No puedo expresar lo que siento, lo que pienso. Soy inteligente,
elocuente, culta, curiosa, hasta a veces divertida, pero nadie lo sabe, ni lo
sabrán. Soy un papel en blanco con cara de pánico. Tengo un curriculum
impresionante, sé tantas cosas y quiero saber tantísimas más, pero nadie lo
sabe, ni lo sabrán. No puedo sacar una conversación interesante, no puedo
responder con la gracia que me caracteriza, no puedo ser ingeniosa, no puedo
aportar lo que quisiera. Nadie sabe lo genial que soy, porque no manejo el
inglés como para hablar de verdad. Estoy encerrada en mi misma, cubierta por un
papel de estraza simple, aburrido, estúpido, y no puedo salir, y poco a poco se
me apagan las ideas por no poder dejarlas volar. Poco a poco ni sueñan con hacerlo.
Y sé cómo me limita porque lo veo en otra
gente. Trabajo con chicas como yo, muchas acaban de llegar o pasan el tiempo
con sus compatriotas y ni si quiera tienen la base teórica que tengo yo. No hablan,
hablan con torpeza, cuesta un esfuerzo agotador entenderlas, y no entiendes su
mirada, ni si quiera sabes si te han entendido o no. Y solo son eso, papeles en
blanco sin ningún interés. Piensas sin querer que son poco avispadas, que acabaron
la primaria y malvivieron hasta llegar aquí, para seguir malviviendo buscando
algo mejor que lo que dejaron atrás. No tienen personalidad, ni pasado, ni
presente, ni interés alguno. Pero, un día, una de esas niñas tontas me acompañó
en el bus, y en vez de quejarse como otras de su mala suerte o del estrés y los
males que nos acosan a todas, me contó cosas sobre su vida. Resulta que no es
una caja vacía envuelta en estraza, que no es un papel blanco sin futuro.
Resulta que estudió historia y luego veterinaria, que está prometida con un
chico que trabaja de chef, que tiene un perro y una familia, que tiene amigos y
se iba de fiesta, y era divertida y lista y trabajadora y guapa y seguro que
muchas cosas que ni su juicio, ni su facebook retratan.
Entonces me vi a mi misma en ella. Me di
cuenta de que la misma impresión que da ella, la doy yo; que seguramente hagan los
mismos comentarios sobre mí; que mi mirada sea tan inescrutable y perdida como
la suya; que seguramente, no me vean.
Entonces añadí un concepto más a la
definición de inmigrante. Ser un inmigrante es no ser nadie, ni poder serlo. Mantener
encarcelada tu genialidad porque tu lengua no hace justicia a tu alma. Ser un
papel de estraza aburrido, plano, sin interés alguno, sin que nadie se plantee
que eres algo más, e incluso se sorprenden con incredulidad cuando consigues
mostrar un pequeño destello de tu brillo. Ser un inmigrante es que te miren con
pena, si tienes suerte. Es ser una llama de mil colores encerrada en un cuarto
oscuro, sin poder salir, hasta que se ahoga y ya no intenta escapar. Incluso las
que tienen facilidad con los idiomas y son capaces de manejarse realmente bien,
se ven empañadas por la torpeza con la que hablan, por las palabras raras, la
pronunciación cutre y los pobres giros que saben dar. Incluso esas personas no
lucen como se merecen.
Ser un inmigrante es que nadie te vea de
verdad.
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